Caminando al menos una hora todas las noches he aprendido que la poesía es una fiesta de la imaginación y un regreso, no solo a la infancia más temprana, sino al origen del mundo. Todo se reinventa, todo vuelve al misterio a través del ensueño poético. Entregado a la fantasía, el pensamiento juega a confundir la sombra de un arbusto con la de un hombre, a patinar en el asfalto mojado de luz, a sospechar que el aroma del frío guarda un secreto, a convertir al soñador en una hormiga entre edificios altos como dioses, a preguntarse si las estrellas también se lamentan de estar tan lejos.
Hace unos días escribí que la poesía era el arte de fracasar con estilo. Ahora corrijo: la poesía es el más íntimo de los triunfos.
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