sábado, 27 de febrero de 2021

El mesero

Hace unas pocas horas estuve en un restaurante japonés. Nos atendió un mesero de la misma nacionalidad que tropezaba con las palabras del inglés para hacerse entender. Su marcado acento le obligaba a repetir varias veces el nombre de los platillos. Ocultaba su frustración detrás de una cortesía tan nerviosa como sus movimientos entre las dos únicas mesas que el restaurante podía ofrecer a sus clientes en un pequeño patio. Por orden de la Gobernación de California, solo se puede comer al aire libre y los grupos de comensales deben estar separados al menos por seis pies de distancia.

El mesero llevaba una máscara quirúrgica y un visor de protección como el que usan los odontólogos. Esas precauciones de la pandemia complicaban aún más sus esfuerzos por hacerse entender. Trataba de alzar la voz lo suficiente para ser oído y casi siempre lo lograba al tercer intento. Era un hombre de unos sesenta años. Su pelo ya más plateado que oscuro se había quedado en una moda de finales de los años setenta o principios de los ochenta, pues he visto cortes similares en películas y carátulas de álbumes musicales grabados en Japón por esa época. Caminaba con una inclinación que lo hacía parecer más viejo y frenaba un poco su nerviosismo. 

Había algo venerable en aquel hombre. Dudo que fuera un principiante en su oficio. ¿Era el dueño del restaurante luchando por mantener a flote su negocio durante la crisis del covid-19? ¿Era un inmigrante que cargaba sobre sus espaldas el recuerdo de un pasado ilustre y ahora debía ganarse la vida atendiendo a gente a menudo malhumorada e impaciente por el hambre? Solo sé que vi en aquel mesero un espejo de mi propia torpeza y fragilidad. ¿Cuántas veces no he andado por la vida como si pisara cáscaras de huevo, implorando la correspondencia o al menos la aprobación de un amor imposible? El temor a equivocarme en un nuevo trabajo también me ha hecho tormentosamente precavido y al fin de cuentas he caído de bruces en el error.

El aturdimiento es uno de los estados más humanos. Admiramos a Sherlock Holmes como se admira un arquetipo, pero el inspector Clouseau de Peter Sellers representa nuestra verdadera naturaleza. 

La comida fue exquisita y la labor del mesero, impecable. Nos sugirió un refresco japonés delicioso. Cuando le preguntamos por los ingredientes de la bebida, nos pidió que los leyéramos en la lata, donde estaban escritos en inglés, y se retiró disculpándose. Muchas veces he sido este hombre ante los ojos de los demás: un extraño entre mis amigos y una sombra entre los extraños. 

Mientras observaba al mesero recordaba los últimos versos de aquella Sonata de Mutis: 

«como un camarero al que gritan en el desorden matinal de los hoteles,
órdenes, insultos y vagas promesas, en todas las lenguas de la tierra».

Así voy por el mundo, disimulando con las palabras mi enorme desconcierto.

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