Todo y nada me dice el viento
de un otoño idéntico al invierno.
Todo y nada me dicen las calles
cuyos nombres se cruzan
como vecinos acostumbrados
a ignorarse en lenguas diferentes.
Yo también soy todo y nada:
existencia aferrada al pensamiento,
razón que habla sola para no perderse a sí misma
en este lugar del vacío donde vivo sin vivir aún,
donde parezco a punto de nacer o de morir,
donde una casa asfixiada y devorada por sus plantas
es más real que mi materia vagabunda en una acera.
Soy y no soy quien pisa las hojas secas
para recordarle a mi cuerpo su presencia
entre puertas cerradas y miradas esquivas.
Soy la duda y la certeza de ser alguien, algo,
en esta soledad a la que dan todas las calles.
Soy la dicha y la amargura de entender sin palabras
que solo puede salvarme una luna temprana
sobre un canal atravesado por el fantasma de un río.
domingo, 13 de diciembre de 2020
San Fernando Valley
lunes, 2 de noviembre de 2020
Tú eres la salvación
Nadie te salvará de la vida.
Tú eres la salvación
viernes, 30 de octubre de 2020
Formas
y los moluscos reminiscencias de mujeres».
Rubén Darío
acaso el mundo también piensa
que alguien más lo está pensando.
En cierta mejilla donde han caído tantos años
surgió un tumor con la ira del volcán
y la tristeza del olmo fulminado por el rayo.
Cuando el loco atraviesa el parque,
confundo su imagen polvorienta
con la de un árbol que ya sabe caminar
y veo al viento agitar su melena
como si quisiera convertirla en hojarasca.
Al copiarse, la vida se transforma.
Nada nuevo hay sobre la tierra
y bajo el sol todo falta por crearse.
sábado, 17 de octubre de 2020
Perdedores
Recuerdo aquel momento
en que llamaste «perdedor»
a uno de tus tantos amantes.
Dijiste que quería casarse,
tener hijos y llegar un día
a una casa donde las sonrisas
se encendieran como lámparas
de entrañable rareza y cálido esplendor,
pero la lujuria lo obligaba a prenderse
de cuanta falda hallara en el camino
con la angustia del perro
invitado a cenar por un niño
y luego molido a patadas
por un padre borracho.
Si algún día volvemos a hablar,
quisiera decirte que todos somos perdedores:
él, tú, yo y también el magno Alejandro
perdido en los delirios de la fiebre,
a merced de fantasmas
que se burlaron de la espada invisible
blandida por sus manos de enfermo,
y que lo oyeron pedir clemencia
como la pidieron esos aldeanos
aplastados primero por su sandalia invasora
y después por el olvido de los milenios.
Fue también perdedor Julio César,
cuyos hilos agitara cruelmente
la demoniaca epilepsia,
cuyo cuerpo sintiera el dolor de sus enemigos vencidos
cuando los libertarios buscaron la justicia entre sus entrañas de animal sagrado.
Nunca fue tan perdedor Bolívar como en el instante
en que lo pasearon por un barco con la esperanza
de hacerlo vomitar un mal en aquel entonces
entregado por completo a la supersticiosa impotencia de los doctores.
Nacimos sin nada para perderlo todo.
No fuimos dueños siquiera de ese tiempo
en el que creímos amarnos,
en que temíamos mortalmente
la llegada del adiós inevitable.
Al morir perderemos incluso
el remordimiento de haber perdido el tiempo.
Perdemos tanto mientras estamos vivos
que la muerte solo puede quitarnos
una vida ya perdida.
domingo, 6 de septiembre de 2020
Nocturna lejanía
Dos sombras hablan, sentadas
en un balcón frente al mar.
La ciudad y su multitud de bombillas
llaman como agua sin sueño y sin ondas.
¿Qué puedo decir de todo lo que veo?
Existen el mundo y la noche,
y yo también existo de la misma manera
que una voz enfrentada a la marea.
Tú existes, por supuesto:
el fuego o la tiniebla
contra tus límites se rompen.
Tu lejano pensamiento arriba en otra orilla
enumerando con su estruendo
todas las cosas que ignoro
de ti y de la vida.
martes, 11 de agosto de 2020
Naturaleza humana
Cada vez que entro al edificio donde vivo, me encuentro con las palabras «GO AWAY», «LÁRGUESE», bordadas en un tapete que un vecino ha puesto al pie de su puerta.
jueves, 9 de julio de 2020
El paraíso perdido
aquella noche hoy tan añorada?
Una fortuna, un imperio,
una orgiástica vida ofrecerías
a cambio de esa compañía
ya no mortal, de aquel sabor
de agua o vino ahora amargo
en ese pozo de nostalgias
donde el pasado es firmamento
poblado de tristes dioses
y el futuro, la voraz penumbra,
la ceguera de todo lo que ignoras.
Ya estuviste en el Edén
y sigues en él. Te espera
el infierno de perderlo para siempre.
Estás condenado a buscar
más allá de la existencia
el reino que fue tuyo aquí mismo,
cuando vivían tus muertos
y te amaban los ausentes.
martes, 7 de julio de 2020
Oceánida
No eras aún, pero ya estabas
en el fondo del océano,
en el pensamiento sin palabras.
Con manos de ciego, el mundo
halló entre la arena tenebrosa
los elementos que te forman.
Y oyendo la marea de los siglos,
reunió tus metales en una sola piedra:
cobalto, níquel, cobre, manganeso.
Surgiste de las aguas, vestida
de noche primigenia, púrpura
antes de los dioses y los reyes.
Fue siempre tu pelo
el mar quebrado en reflejos,
roto espejo de un día furioso.
En tus ojos, el mundo admiraba
el cielo y el infierno de su juventud,
su pecho de volcanes, su sangre de lava.
De tal manera brilla tu sombra,
que la noche reclamó tu presencia.
Eres todo lo que veo cuando apagan la luz.
jueves, 18 de junio de 2020
2015
miércoles, 3 de junio de 2020
Teeth
I read somewhere that loose teeth and painful gums tormented Lester Young in the final years of his life. Even though he suffered from more serious conditions, and his body found the ultimate peace in 1959, I can’t help to feel bad when I think about his dental problems, specially when I hear his renditions of “These Foolish Things.” Musicians will say I’m just being corny, but I do believe that in order to achieve a sound so profoundly sad and sweet in equal proportions, an artist must have had to endure tragedy, melancholia, madness, incomprehension, poverty or solitude by holding onto artistic sublimation with all his might. Not even the most scientific of jazz scholars can deny that Pres was a man too sensitive for the world he had to live in. He almost lost his mind during military service —he wasn’t enlisted as an entertainer, but as a regular soldier— and was dishonorably discharged from the Army for seeking relieve in marijuana.
If destiny or chance were fair, they would have placed a soul as delicate as his in an invulnerable body, or at least in one that couldn’t be ailed by bad teeth, among many other things. But his teeth are what hurt me the most, because being a man of my time I imagine Pres thinking that blind dates aren’t for him unless he hands a small fortune to the best dental surgeon in town. Until then, he would be terrified to smile. Kissing, if he ever come close to it, would not be pleasant at all. Yet, this is the same magician that plays my favorite versions of “These Foolish Things,” for whenever I listen to his interpretation of that song I can see my heartbreaks and yearnings with tenderness and gratitude instead of regret and bitterness.
Chet Baker is another one of my musical heroes that I associate with this feeling. Coincidentally, his teeth were made of the stuff dental nightmares are made. When he was a boy, he was walking across the street when a stone thrown by some other kid ricocheted off a light pole and broke one of his front teeth. He learned to play the trumpet that way. Many years later, pushermen gave him a beating and his teeth, weakened by awful hygiene —he didn’t like to take showers and very probably seldom touched a toothbrush— had to be pulled off one by one. He had to relearn his craft with dentures. By the end of his life, he had to warn his listeners in European nightclubs that his playing might not be good that night because his dentures were loose. One of his girlfriends would help him glue them to his gums. He told her that dental glue had probably caused a tumor in his stomach because he had bouts of heartburn very frequently. Months before jumping, falling or being pushed from a hotel window in Amsterdam, Chet was thinking of quitting the trumpet due to pain in his lower gum. Music was what held him together while heroin and cocaine ravaged his body for three decades.
Nowadays, as a young man whose teeth aged tragically faster, Baker would have been more isolated than he was in his days. There are perfect teeth everywhere today. They glow twenty-four seven on your cell phone, on TV, on magazines of all sorts, on huge banners on top of buildings and on posters in clinic walls. You will see them first thing in the morning and before closing your eyes at night. Your most attractive or successful colleagues have them, as well as actors and, of course, models, politicians, first ladies, webcam strippers, porn stars and sport figures of all sorts, even boxers and mixed martial artists. The world has become a shark tank in which the bigger ones have such teeth and show them pearly white. Chet would have died younger nowadays. The overdose he somehow escaped from between the fifties and the eighties would get him in this world of flawless smiles.
There is another story related with teeth and jazz, although not as legendary as the aforementioned. A fellow journalist and jazz lover who lives in Bogotá has a friend there whose teeth were few and crooked. They met for drinks with some frequency. When the cold city’s night was too chilly, and they had had one bottle too many, this man used to break in tears and moan about his solitude and unrequited loves, accompanied by John Coltrane or Dexter Gordon in the background. Years, perhaps a decade later, he got brand-new, shimmering teeth, and his wailing ceased forever. My friend says that nowadays the man smiles ironically whenever someone mentions the word “love.” After displaying his implants with the utmost confidence, he advises people not to expect anything else than a few nights of pleasure from any date, then jumping into another as fast as possible.
I think it was Chekhov who wrote that the universe might exist in the cavity of a god’s tooth. That is one of the most pessimistic visions of life, if not the most grim of all time. Nothing makes me feel more fragile, more mortal, than the pain which comes and goes from a molar that I fractured without ever knowing when or how. Dentists have a hard time trying to cover its crack, which makes it more prone to decay. “I will do my best, but it will only work for a few months, if much. Don’t chew bubble gum and be very careful when eating nuts,” they all have said. Indeed, the pain comes back a week. In one of my recurrent nightmares I find myself in front of a mirror that reflects my teeth completely worn down, tiny and pointy like a rodent’s, or dangling from rotten gums. Many mornings I have awakened from those dreams only to be dazzled by an immaculate grin as soon as I open Instagram.
viernes, 29 de mayo de 2020
Adelaida sigue aquí
¡Qué vergonzoso encuentro!
¿Qué hice yo, qué hiciste tú ese año
para amargarnos tanto la víspera de aquella navidad?
De nada sirvió estar lejos y apartar la mirada
en cuanto tus ojos extrañados le preguntaron a los míos
quién era ese fantasma tan inoportunamente parecido a mí,
ese pordiosero hediondo, desdentado, incansable
en su marcha tambaleante desde un tugurio de tu conciencia
hasta el momento de nuestro encuentro después de tantos años.
Pues tú siempre juraste
que los problemas se cansarían de perseguirnos
a través de la niebla y las nevadas.
Siempre culpaste al calor y la humedad
por tu llanto de lunes a jueves
y tu embriaguez de viernes a domingo.
Siempre me prometiste
que tus resacas no serían tan terribles
en otro país más lejano y próspero.
Sí, aquí permaneces
mirándote en los charcos al pie de las aceras
donde la ciudad parece tan horrible como es de verdad,
buscando la esperanza entre los arcoíris del aceite,
viendo flotar en los mismos ríos
los mismos sombreros,
las mismas camisas,
los mismos calzoncillos,
los mismos pantalones,
las mismas medias,
los mismos zapatos,
los mismos colchones que llegarán juntos al mar
mientras tú sigues soñando con una playa de calendario.
No importa, nunca importó
quién huyó primero de la ciudad
después de nuestro último encuentro,
porque ella sigue y seguirá en nosotros.
Mi cuerpo es un árbol a merced de su sequía,
una de sus casas en obra gris desde que tengo memoria,
una de sus iglesias ladronas, una de sus oficinas anónimas.
Mi alma es otro de sus barrios de mala vida y de muerte peor.
Vete a Canadá o Francia, a Argentina o Italia.
Niégate a leer o a escuchar noticias.
Síguete ahogando en vinos de todos los colores.
Todo será en vano.
Cargarás la ciudad por el mundo como yo he llevado su cruz.
Sus neones moribundos te harán guiños hasta el último de tus días.
Las cortinas de goma a la entrada de los moteles
aún te despiden con tal tristeza que volverás para consolarlas.
Somos hijos de sus grietas,
maleza de sus lotes baldíos,
gallinazos en torno a su agonía sin fin.
No importa, nunca importará
cuán lejos te hayas ido.
Tu recuerdo sigue nublando mi vida.
Tu nombre asciende y reina como el humo,
y yo te espero aquí dentro, en la ciudad,
en la misma montaña,
con los brazos dolorosamente abiertos.
Adelaide is still here
Oh, what a disgraceful encounter!
What did I do, what did you do during the year
to be ashamed like that on Christmas Eve,
the day —I remember— you dread more
than all the countless things you dread as well.
We saw each other walking on opposite sides of the street.
Your olive-colored eyes swiftly avoided mine,
as if I were the incarnation of all your regrets,
a naked madman stinking for miles, rambling,
wobbling towards you from a slum in your mind.
We should have seen and ignored each other
somewhere else, the farther the better, let’s say
New York, Dubai, Shanghai, between impossible towers,
or under a shade so mysteriously fragrant, in Tokyo or Vienna,
that both of us would have thought: “Why, why should I say hello?
No, no, no. A dream is no place to be concerned with manners.”
And had you said hello, a foreign gale, a wind never heard before,
should have rushed to take your words away from my ears
to a desert, a cliff, a stormy sea or a rain forest inhabited by the angriest birds.
After all, you told me time and time again
that problems wouldn’t follow our trace
across the snow, among the fog.
It was you who claimed repeatedly
that heat and humidity were to blame
for your crying weekdays and your drunken weekends.
It was you who promised twice or thrice
that hang-overs wouldn’t be as gloomy in a distant nation.
And yet, you are still here,
here in this capital of junk,
listening for hours how trash never stops crawling over the streets,
surrounded by rusty carcasses of buses without wheels and windows,
like remains of mechanical whales upon the dust.
Yes, here you are, looking for yourself in road puddles
where the city appears as horrible as she really is.
Here you are, desperately trying to convince your mind
that hope might be found if you stare long enough
at greasy rainbows over a sky of mud.
Here you are, close to the same river shores full of rags,
close to hats, shirts, pants, socks and shoes floating on water,
close, perhaps, to the corpse who used to wear them,
close to a mattress that sailed from a sewer
to reach the ocean sooner than your dreams.
I know you won’t, I know you never will,
but if you ask me what am I doing in the city,
I’ll tell you that there aren’t walls between her and me.
My body is one of her trees,
one of her anonymous buildings,
one of her many leprous houses.
My soul is just another ghetto.
I will carry her everywhere I go,
and so you will.
Move to Canada or France, to Italy or Austria.
It doesn’t matter.
The city will be where we are.
Her dying neon signs will be endlessly winking at you.
The rubber curtains at the entrance of the cheapest motels
will be waving goodbye while you are driven to the airport,
and will be moving behind your closed eyelids until you see their awful beauty.
We are children of her asphalt womb,
offspring of her countless cracks.
It doesn’t matter how far we are.
Your memory has forever clouded the world.
Your name’s shadow is darker than any smog.
Sometimes I feel like a cross on top of a mountain,
condemned to wait for your embrace with painfully open arms.
jueves, 28 de mayo de 2020
A la poesía
a quien habrá de olvidarnos.
Por eso te sirvo como si mi locura
estuviese encadenada a tus tobillos de diosa,
por eso llevo mis labios a tus pies
tratando de aliviar
este sabor a caída.
Mi verso y yo somos el leño,
y tú eres la noche y el fuego.
Mi silencio y yo somos el hielo,
y tú eres el cincel y el martillo
que nos torna en breve monumento.
Cómo no amarte, si solo prometes
un destello en el agua,
un rumor de aire balbuciente.
Cómo no inclinarme a tu paso,
si cantas a la leche y la miel
cuando solo tengo lágrimas para calmar la sed.
Creo en ti sobre todas las cosas
porque también consuelas mi hambre
con la esperanza de un imperio en el desierto.
Me acerco a tu árbol,
a tu fronda encendida por la luz,
y la lluvia que te alienta
me convierte en un ángel
de embarrada blancura.
miércoles, 13 de mayo de 2020
El Miedo y La Esperanza
En este preciso momento, La Dicha se ha rebelado contra los dos tiranos de mi vida: el rey Miedo y la reina Esperanza.
La derrota puede ser inminente. La Mente, siempre al servicio de aquellos monarcas, afila y organiza sus herramientas de
tortura para desmembrar a la dichosa rebelde en cuanto sea derrotada. Heraldos y soldados cabalgan por mis arterias pregonando que todo placer será arrestado en el acto y desterrado a los dominios del Tedio y La Angustia, hermanos de sus majestades.
Vestida con mi carne y huesos solamente, La Dicha lleva por armadura el calor de este día. Su bandera de batalla es una brisa repentina. Por armas y escudos tiene mis brazos y mis manos. Sin otro poder que el de mis piernas delgadas, ha escalado a lo más alto de mi cabeza.
Luego de capturar esa fortaleza llamada Razón, La Dicha toca una trompeta que suena tan desafinada como mi propia voz, pero más fuerte que los rugidos de El Miedo. La Esperanza sale a un balcón de su gélido palacio. Desde allí le exige a la insolente que aviente su instrumento al abismo y después salte a la muerte.
La Dicha estalla en carcajadas y grita: “¡Quien viva esperando el paraíso morirá abrazando el aire! ¡Ninguna fortuna lloverá sobre ti! ¡Oh bendita soledad! ¡Oh feliz solitario que te pierdes y te hallas en tus propias obras! ¡Oh placentera realidad de los sentidos! El cielo está en el agua que refleja las alturas, cada árbol es un templo y el jardín más humilde contiene las reliquias más sagradas. Ama el viento y él cantará en tus oídos como los ángeles y las sirenas”.
La Esperanza no puede creer que esté oyendo semejantes herejías y se desmaya. En el piso queda su vestido sin cuerpo. El Miedo aúlla y sus monstruos aparecen, uno por uno, en el horizonte. Sus sombras nublan el mundo hasta oscurecerlo todo. La Dicha no ve nada ya. Solo escucha gruñir, graznar y resoplar a sus enemigos.
Lo último que recuerdo es la sonrisa desafiante de La Dicha.
domingo, 26 de abril de 2020
Nostalgia secreta
Esa noche tú estabas oyendo la lluvia en otra parte. Unos meses después empezaría nuestra historia. Del principio queda ese olvido con algunos rescoldos de dicha —«recuerdos de esperanzas», como diría Unamuno—. De su desarrollo y final siguen brotando la amargura y la vergüenza, cuyos cauces se adelgazan en su rumbo hacia el futuro. Entre tú y yo hay un desierto de rencor y de tiempo, pero la memoria vuelve a esa noche anterior al comienzo, esa noche en que oímos llover desde lugares distintos de la misma ciudad. La música perdida de la lluvia sobre los tejados y los árboles me susurra que en otra vida nos encontraremos de nuevo para repetir el desastre. Sonrío y un relámpago lo ciega todo con su esplendor: la muerte también me sonríe.
domingo, 5 de abril de 2020
The City
Llegará el día
en que las líneas de los planos
salten desde el papel y las pantallas
a mis zapatos de muerto más o menos puntual,
trepen mis pantalones de momia sin pantalones,
y se metan por mi boca de difunto parlante
y por mis ojos de cadáver fijos
en el jueves sin viernes o en el sábado sin lunes
para tragarse lo que fue mi corazón,
para comerse al fin el cerebro
que me mató para no dejarme morir de hambre.
Porque yo ya no vivo sino adentro
de un sueño no remunerado
y, por lo tanto, inconfesable.
Apesto a jabón y a un poco de loción
detrás de las orejas y en el trasero
sembrado a mi silla como árbol talado.
Fallecí hace unos cuatro años
—la fecha exacta está en el contrato—,
pero como llego siempre
o casi siempre a la misma hora,
y mi sonrisa se alarga sola
sobre esta máscara de carne y cobardía,
nadie lo sabe todavía
o a nadie le importa.
No puedo renunciar,
aunque haya renunciado a mi destino.
Seguiré despertando en esta pesadilla,
cepillando mis muelas enfrentadas a sí mismas
y mis colmillos despuntados por el miedo,
alimentando mis tripas descorazonadas
con desayunos sin esperanza,
echando café a mi amargura,
y combinando atentamente
los colores de las chaquetas,
las camisas, los pantalones,
el cinturón y los zapatos
para dar cada día descolorido
un paso más hacia el fracaso.