Hablas a través de mí
a quien habrá de olvidarnos.
Por eso te sirvo como si mi locura
estuviese encadenada a tus tobillos de diosa,
por eso llevo mis labios a tus pies
tratando de aliviar
este sabor a caída.
Mi verso y yo somos el leño,
y tú eres la noche y el fuego.
Mi silencio y yo somos el hielo,
y tú eres el cincel y el martillo
que nos torna en breve monumento.
Cómo no amarte, si solo prometes
un destello en el agua,
un rumor de aire balbuciente.
Cómo no inclinarme a tu paso,
si cantas a la leche y la miel
cuando solo tengo lágrimas para calmar la sed.
Creo en ti sobre todas las cosas
porque también consuelas mi hambre
con la esperanza de un imperio en el desierto.
Me acerco a tu árbol,
a tu fronda encendida por la luz,
y la lluvia que te alienta
me convierte en un ángel
de embarrada blancura.
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