pero cerca de ti y de tu presente,
está la plaza donde hablamos
siempre de espaldas a la tarde
que se fue como una invitada
a quien nadie dirige la palabra.
En el centro de la plaza y de mi vida
sigue aquel árbol, sosteniendo todavía
la noche que nos soprendió en ella
y que aún no termina para mí
porque mi tiempo permanece
sentado a tu lado, respirándote
bajo ese oscuro pulmón del mundo,
negándose a salir de tus brazos
y a repetir lo que ciertamente te dije
antes de llevarte a tu casa
y de quedar mirando, dichoso y triste,
la puerta cerrada, las ventanas,
el balcón y las paredes unidas
a la penumbra del barrio.
Aquí en la memoria seguimos
conversando mientras acaba este día sin fin.
Mi sangre te habla y mi corazón responde
imitando tu voz como se imita
el silbo interminable de un ave ya no vista.
Esa noche se expande en mi universo
y tu fugacidad alumbra su mortal vacío.
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