Te hablo a ti, lector
todavía creyente
o no desengañado del todo,
a ti que sigues esperando,
como yo lo hacía,
una voz alada
de ángel o amante,
tu nombre florecido en unos labios,
una compañía semejante a la nube
cuya sombra te haría feliz,
una mano apenas tangible entre tus dedos,
una caricia que llueva sobre tu fiebre
cuando sientas la ira de ser quien eres.
Nadie te salvará de la vida.
Llevas el infierno en la cabeza,
en el pecho, en la boca, en tu silencio.
Ardes porque vivir es arder y consumirse.
Tampoco del viento esperes una sola palabra.
Allá en el pozo de tu mente,
no pierdas el tiempo gritando a tu pasado
ni aguardando que una mirada o un cabello
descienda a tu frente como luz o escalera.
Tú eres la salvación
Tú eres la salvación
que no hallarás en el amor
ni en ti mismo.
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