No cantes ni aspires a la falsa soledad del profeta que tienta a la muerte en el monte o el desierto persiguiendo las voces de su locura. Si te pierdes entre las fieras o los pliegues de la arena, que sea porque te llama un pájaro con su silbo o su plumaje, una flor o un fruto con su brillo, unos ojos en la umbría o un espejismo del poder o el deseo.
Tampoco te esfuerces por alejarte de los otros ni por acercarte a ellos. Es inútil buscar la soledad y también huir de ella. No estás solo aunque te acompañe una multitud: tú mismo eres la soledad, ese amor que nunca llenan ni otro amor, ni el odio, ni el desprecio.
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