jueves, 11 de marzo de 2021

El silencio en Babel

En este imperio donde llueven a cántaros los idiomas del mundo,
ninguno tan inútil como el que me has dado
para invocar tu nombre y dejarme hablando solo.
No se movieron tus ojos ni tus labios de piedra
cuando lancé mi plegaria a tus alturas.
Entre más me revolcaba al pie de tu altar
como un gusano entre gusanos
más helada era tu sombra gigantesca.
Tuve hambre y escuché en tu risa
un tintineo de cubiertos y vajillas.
Tuve sed y respondiste
al murmullo de mi garganta
con un relámpago tan lejano
que ya no pude temerte ni esperarte.

Basta ya de andar por las calles y los patios,
por los muelles y los montes para caer de rodillas
ante Dionisio y Orfeo, ante las musas y las bacantes,
ante Diana y su séquito, ante Afrodita y Artemisa,
ante las nereidas, las oréades y las náyades.
No hay labios de mármol ni aire que guarden
el secreto o la medida del placer y del canto.
Solo estoy en este valle lamido y azotado por todas las lenguas,
oyendo su granizo romper las ventanas
y viendo un torrente de lodo llevarse mi fe.
Nunca me llamaste entre la multitud confundida
porque tu destino era callar como siempre han callado los dioses.

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