Una vez más le contaré a tu ausencia
aquel sueño que alguien sigue soñando
en mí y a mi pesar, porque yo soy otro,
el resignado a la vigilia y el olvido,
y no el soñador que aún te sigue sin llamarte
en medio de una niebla imposiblemente densa,
porque no es la neblina de algunas madrugadas
cuando la lluvia cabalga despacio por las cordilleras,
y tampoco la tos de los buses ni el humo de la basura incendiada,
sino toda la tristeza del ayer y del futuro
apoderada de nuestra ciudad y de mi vida,
encerrándome en la penuria de ser solamente
testigo de tus pasos y alegrías,
voyerista por azar de tu dicha y tus triunfos,
espectro miope que, oculto en su amargura,
te ha visto enamorada de un dolor venidero
y también de un hogareño amor y de tu hijo.
Sin embargo, todo lo borra la niebla del sueño:
las calles y mi desdicha del pasado y de siempre,
los edificios y tu estabilidad de esposa y madre.
Mi dormido anhelo solo distingue tu leve estatura,
tu silueta de niña que nació señora,
tu andar que no es apresurado ni lerdo,
tu cadencia inocente de su propia gracia.
Cerca te veo y hacia tu ilusión camino
cuando tu espalda desaparece de repente,
hecha remordimiento, niebla, frío, nada.
Tercamente resurges y vuelve la esperanza
más allá del desenlace y los años de silencio,
y de nuevo me acerco a tu instantáneo esfumarte.
No soy el mismo que en mí y a mi pesar te sueña,
porque yo desgarraría la niebla con tu nombre
y te hablaría como algunas veces lo hice,
preguntándote por la fecha de una tarea o un examen,
aunque yo la sabía muy bien, solo para oír en tu voz
tan dueña de su propia música las horas, los días y los meses.
A lo mejor sí soy el mismo que te busca
en ese mundo por el presente nublado,
pero a diferencia del perpetuo soñador
yo me detendría y te perdería de vista,
convencido de haberme acostumbrado a este destino
que sigue marchando en dirección contraria a tu rumbo.
miércoles, 10 de noviembre de 2021
Madrigal de invierno
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