¡Cuánto nos avergüenzan aquellas ilusiones que siguen vivas en los desiertos interiores donde las arrojamos para matarlas de sed! Pasan los años. Cambiamos de barrio, de ciudad o de país. Cada vez parecemos más acostumbrados al desamor y al olvido. Pero los anhelos y deseos de otros tiempos vuelven como una fiebre repentina, como un síntoma que tarde o temprano se manifiesta para recordarnos nuestra mortalidad. Nuevamente nos hallamos esperando el beso de quienes buscarán en vano nuestro nombre si pueden distinguirnos entre los rostros de la calle. Otra vez nos sorprendemos aguardando la caricia de una mano más presta a la bofetada o a la limosna que al saludo. La esperanza no atiende a las palabras del desprecio ni a las razones del orgullo. No le importan los adioses, la vejez ni la dignidad. El silencio la hiere, mas nunca la mata. Cegados por la cordura, prendemos fuego a su árbol y vemos cómo las llamas tocan el cielo. La zarza arde, arde, arde sobre la arena, nos abrasa y nos mantiene vivos. Será ceniza cuando nuestro cuerpo también lo sea.
miércoles, 26 de mayo de 2021
Persistencia de la esperanza
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