viernes, 13 de agosto de 2021

Tres refutaciones

Refutación del pasado


Es inútil que siga huyendo de tu nombre.
Lo escribe la luz y lo dice el viento
cuando intento esconderme
detrás de la palabra «presente».
Aunque los años hayan cruzado en bandadas
los cielos diferentes que miramos o ignoramos,
aunque estamos definitivamente lejos
de acuerdo con los mapas y los calendarios,
me persiguen la fragancia de tu ropa
aún colgada en ese patio triste,
el silbo largo de aquellos pájaros
que interrumpieron tu sueño una madrugada
y que no pude espantar ni descubrir en el balcón,
el brillo de la puerta blanca
tras la cual me esperaste un mediodía de marzo.

Llevo conmigo las luces de la ciudad
vista de noche mientras bajábamos por la montaña,
porque siempre estamos a punto de llegar,
porque realmente ningún camino termina jamás,
porque en la memoria nada es fugaz y todo es inasible.

Refutación de lo inerte


La vida lo abarca todo
y todo sirve a la vida.
El agua que la sustenta
viaja por venas de roca
y por arterias de piedra.
La sangre de los vivos
es hermana de la lava.
El duro suelo, aun estéril,
nos libra del infierno
y nos otorga la huella
como prueba de existencia.
El barro que no siente
abriga con su calor de madre
el presente y el futuro,
la raíz, el bicho laborioso,
la semilla, la larva que mañana
quizás reine en un planeta
donde la vida sigue ocurriendo,  
aunque nadie piense en ella.

Refutación de la cordura


Son límites vanos,
muros de aire,
la virtud y el vicio,
la sabiduría y la locura.
Se vive ebrio, o no se vive.
La mariposa y el pájaro salvaje
nos emborrachan con los colores de su vuelo.
Está muerto quien no siente, al caer la noche,
que las flores le revelan el aroma de la sombra
mientras duermen al pie de los árboles o tras los arbustos
como leopardos solares, pumas rojos, tigres naranja, zorros blancos.

No ama verdaderamente
quien no busca en el amor su propia destrucción.
Me queda, entonces, el consuelo
de haberte amado como debe amarse la vida:
más allá de la razón y la calma,
más allá del sentido y la certeza.
En un pueblo encantado y oprimido por la neblina,
entre una plaza de mercado y una iglesia,
pensé con deleite que mis restos se hallaban
junto a las carnes desolladas, las tripas revueltas,
las cabezas sin cuerpo de cerdos y terneros,
y que si estuvieras ahí los ignorarías
bajo el humo de las estufas y del frío.

Comprendí que mi pecado
no fue perderme en ti por unos meses,
sino impedirles a tus manos adoradas mi total devastación.

Contigo me esperaban
la locura y la muerte.
Tristemente, quedé a solas
con la vida y la cordura.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario