viernes, 13 de agosto de 2021

Azar

Hace unas horas encontré un naipe tirado en la acera. Estaba al revés. Con una ligereza tal vez fatal decidí no levantarlo. «Son tiempos de peste: mejor no ensuciarse las manos», pensé. Además, durante toda la vida adulta me he enorgullecido de ser nada supersticioso. Caminé un poco más despacio, mirando cómo el fondo rojo y las líneas blancas del arabesco reflejaban la luces de los postes o del carro que atravesó en ese momento una de las avenidas cercanas. Eran más o menos las nueve de la noche.

Durante todo el camino no puede evitar preguntarme por la historia y el valor de la carta. ¿Se le habrá caído del pantalón o del bolso a un mago, a un tahúr, a una tarotista aficionada o a una mentalista profesional? ¿Pertenecía a una baraja española o francesa? ¿Era uno de esos naipes cuyo número augura una buena mano de póquer o de veintiuna? Si al recogerla hubiese visto un corazón, ¿la falta de higiene no se vería recompensada por una efusión de optimismo? ¿Y si, en cambio, hubiera descubierto una hoz y un esqueleto...?

Me niego a volver al lugar del misterio. Atribuyo esta cobardía al sentido común y también a la fecha: es viernes trece.

Por culpa de la razón, seguiré ignorando mi futuro.

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