miércoles, 26 de mayo de 2021

Persistencia de la esperanza

¡Cuánto nos avergüenzan aquellas ilusiones que siguen vivas en los desiertos interiores donde las arrojamos para matarlas de sed! Pasan los años. Cambiamos de barrio, de ciudad o de país. Cada vez parecemos más acostumbrados al desamor y al olvido. Pero los anhelos y deseos de otros tiempos vuelven como una fiebre repentina, como un síntoma que tarde o temprano se manifiesta para recordarnos nuestra mortalidad. Nuevamente nos hallamos esperando el beso de quienes buscarán en vano nuestro nombre si pueden distinguirnos entre los rostros de la calle. Otra vez nos sorprendemos aguardando la caricia de una mano más presta a la bofetada o a la limosna que al saludo. La esperanza no atiende a las palabras del desprecio ni a las razones del orgullo. No le importan los adioses, la vejez ni la dignidad. El silencio la hiere, mas nunca la mata. Cegados por la cordura, prendemos fuego a su árbol y vemos cómo las llamas tocan el cielo. La zarza arde, arde, arde sobre la arena, nos abrasa y nos mantiene vivos. Será ceniza cuando nuestro cuerpo también lo sea.

jueves, 20 de mayo de 2021

Noche de perros

La falta de sueño nos mata por unas horas. Mientras estamos muertos de cansancio, reencarnamos en esos perros que pasan frío y hambre en algún rincón de esa eternidad tan ciega como el universo, aunque no tan larga, llamada "insomnio". No exagera quien dice: "He pasado una noche de perros". Quizás un día, que ojalá tarde mucho en llegar, el alba nos encuentre dormidos definitivamente, con el pelaje cubierto de rocío. 

Los pasos del insomnio

Mi cuerpo se levanta
y su lamento es el lamento
de la cama fatigada 
por el peso del cansancio. 
El extraño que soy quiere 
hallar el sueño caminando, 
dormir de pie, reparar ahora  
la mente cuyas ratas o goteras 
destrozan la casa detrás de las paredes, 
cuyas aguas golpean las tuberías
sin consideración por mi cráneo, 
cuya máquina inútil ronronea 
con la obstinación del animal 
que ni muere ni puede respirar. 
Crujen las escaleras
como si yo fuera un ladrón del sueño 
y quisieran entregarme a la ira
de quienes no saben cuándo despertarán.
Crujen también mis rodillas
sorprendidas por el fardo miserable
de la noche alojada en mis hombros.
No confío en estas piernas, 
aunque tanto sienta su dolor.
Tampoco me importa si se rompen.
Ese otro cansado que soy y no soy
anda de pie, pero vive arrastrándose.

viernes, 14 de mayo de 2021

Jazz

Quizás la mayor fascinación que producen esos estilos musicales difusamente agrupados con la palabra «jazz» es la poderosa individualidad de sus intérpretes. El poder de esta individualidad desborda lo técnico y entra como un torrente en el ámbito de lo mágico. Uno puede ser un total ignorante en materia de armonía, pero identificar de inmediato a un saxofonista, un trompetista, un pianista o una cantante, así no haya escuchado antes tal o cual grabación. Cuando un aficionado prende la radio y sintoniza una emisora de jazz, una sola nota o un par de acordes le bastan para distinguir sin dudar a Stan Getz o Sonny Rollins, a Miles Davis o Dizzy Gillespie, a Bill Evans o Erroll Garner, a Sarah Vaughan o June Christy, a Wes Montgomery o Jim Hall. Algunos dirán que solo se trata de un fenómeno acústico o cerebral. ¿Pero por qué ni el más ferviente imitador ni el más riguroso académico puede sonar exactamente como Django Reinhardt, Lester Young, Charlie Parker, Billie Holiday, Lester Young, Frank Sinatra, Nina Simone o Astrud Gilberto? ¿Por qué el genio y el emulador se manifiestan o se delatan al cabo de unos segundos? Sí, están los licks y las maneras de frasear características. Mas no todo es una combinación de detalles. Hay un misterio esencial en el desarrollo de una sonoridad propia. Es el enigma por el cual Coleman Hawkins suena como Coleman Hawkins y Lester Young, como Lester Young. 

La búsqueda de una voz, esto es, de un estilo característico, es el santo grial de las artes. Todos los pecados contra el lector o el espectador parecen lícitos en esa cacería de la grandeza: el barroquismo, la aridez, incluso la vulgaridad escatológica (Miller, Bukowski). Sin embargo, ni los más osados llegan a diferenciarse de sus maestros o de sus modelos, salvo en unos casos tan excepcionales como vilipendiados. Por ejemplo, los adictos a las monografías reniegan de los excesos de Vargas Vila, autor que, al fin de cuentas, se reconoce instantáneamente por la división bíblica de sus párrafos y su abuso del adjetivo y el punto y coma. Es cierto que su descripción hipermodernista de paisajes puede causar migraña; también es verdad que al maestro del insulto no se le puede copiar: su talento para la desmesura lo aleja tanto de la imitación como de la parodia. Su originalidad hace que toda comparación con escritores de su época o de otras, y todo debate sobre el mérito literario de sus novelas, ensayos y panfletos parezca pervertido por la envidia. 

En el jazz esta distinción del individuo, del artista, no depende de una operación intelectual, sino que es algo directamente emocional, automático. Los puristas pueden machacar a ciertas figuras por su enorme popularidad y su carácter un tanto folclórico —Chet Baker, digamos—. Pero quienes estudian para tocar ante el público, por amor a la música, o quienes siguen oyendo con los oídos y no con los ojos comprenden que al identificar a un solista de jazz han participado en un acto de magia: un solo ser humano entre los innumerables que han habitado la tierra habla a través de un instrumento como si contara un secreto, un íntimo sentir, una triste noticia o uno de esos pequeños triunfos que son en realidad el sustento de nuestra vida —un amor correspondido, una reconciliación, el origen de una pasión—. No importa que el músico haya muerto hace décadas, que se haya retirado de los escenarios y los estudios de grabación, que habite un país o una ciudad lejana ni que se comunique entre los suyos en una lengua ajena. Sigue vivo, está muy cerca del oyente, cantando con su propia voz o a través de un instrumento en un idioma universal, en ese presente de la música que dura tres o trece minutos tan largos como una existencia entera. 

El mejor jazz es un triunfo del individuo contra la mortalidad, la victoria de la sensualidad sobre lo efímero de la carne. Dicen los creyentes que la eternidad solo abre sus puertas a quienes se abstienen de los placeres. La música es un deleite que hace olvidar la muerte por un instante durante el cual el tiempo se suspende. Las religiones prometen la paz del más allá a los penitentes. En cambio, el sonido de Paul Desmond nos abre las puertas del paraíso a los réprobos.  

Esta divagación se me ocurrió mientras oía la formidable emisora Kjazz 88.1, compañera de atardeceres en las autopistas de California. Comparto algunas piezas para que la torpeza de mis palabras se diluya en la música: 

 
 

 




martes, 11 de mayo de 2021

Paisaje del alma

La memoria siempre está viajando.
Vemos el presente por una ventana
tras la cual aparecen y se esfuman
el violento verdor de una montaña 
que no recuerdan tus compañeros;
un pueblo como una isla de ladrillo
en medio de un océano de neblina;
una ciudad vagamente perfumada
por el humo de su plaza de mercado;
el páramo donde los frailejones
siguen creciendo con la paciencia
del que nació muy viejo y morirá
aún más viejo al cabo de un siglo.
El número leído ahora en tu puerta, 
las paredes ignoradas por el tedio
o acariciadas hace un momento,
y la marea de luces contemplada
durante el insomnio de anoche
volverán también a la nostalgia.
El tiempo avanza hacia el pasado,
duda, se detiene, mira y torna    
al futuro recuerdo del presente.

domingo, 9 de mayo de 2021

Perfil de piedra


El mar no tenía nombre 
cuando este rostro hecho
por los dioses o las olas 
lo vio por primera vez.

Su gesto —si es un gesto—
no es de calma ni de asombro.
Tan vasto como el agua 
es su pensamiento sin palabras.

Playa de roca


1

Este no es camino para los hombres.
Aquí solo el dragón de agua puede
surgir de sus olas y a sí mismo volver.

2

Quise llevarme una piedra a casa.
Al tomarla, sentí el peso de la tristeza:
estaba rompiendo una callada hermandad.