¿Quién dice que la dicha es breve?
En un lugar del tiempo que no es pasado ni presente,
porque ya pasó y, sin embargo, ocurre todavía;
en una esperanza cuya luz no vuela hacia el futuro,
aunque tampoco se dirige al olvido
ni a esa forma de la muerte que llamamos «resignación»;
en unas horas tendidas entre la memoria y el deseo
como si fuesen años, décadas o la vida entera,
seguimos atravesando esos pueblos grises
que nunca dejamos atrás,
que nos habitan desde aquel entonces.
Seguimos viendo cómo la neblina nos oculta
el mañana inevitable donde termina primero
este momento, después el viaje y finalmente nosotros.
Seguimos ascendiendo por el lomo de la montaña,
mítica serpiente de cuero vegetal dormida sobre sí misma.
Seguimos buscando el pequeño hotel al cual llegamos sin problema,
pero el recuerdo y la ilusión aún nos preguntan
si no queda más cerca del sol ya retirado en el punto más brumoso de la tarde.
Sigo viendo tu perfil, inmóvil sobre un paisaje
donde todos los árboles huyen como pájaros asustados.
Tú sigues mirando el camino sin saber que pronto acabaría para siempre,
sin saber que vuelves a tomarlo cuando te nombro en contra de mi voluntad,
sin saber que seguimos en él, nunca avanzando y jamás volviendo a casa.
Sigues ahí, con los ojos en el asfalto o el horizonte,
ignorando y compartiendo esta alegría de estar perdiendo lo perdido,
este dolor feliz de haber vivido y de seguir viviendo.
jueves, 21 de octubre de 2021
Permanencia
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