viernes, 22 de octubre de 2021

Madrigal de otoño

¿Volveremos a hablar algún día?
Para oírme, solo tienes que salir
o abrir la ventana y prestar atención

al mundo que eres, a la ciudad aquella
o a cualquier ciudad que habitándola
conviertes en monumento a tu tristeza.

Mi voz no tiene por qué volver a ti,
pues nunca se fue. Cuando el viento
te habla en su idioma de hojarasca,

cuando a ti se acercan sus perros
de polvo y papel, sus gatos de plástico,
es a mí a quien oyes llamarte sin quererlo,

porque te encuentro ahí donde no debes estar,
ahí donde me creo más a salvo de tu constante
y ominosa manera de pensarte con mi pensamiento,

como si al alejarme por tierra me perdiera
más adentro de mí mismo, como si las calles
de ahora dieran todas a las calles de ayer

y yo siguiera llevando a caballo ese tiempo,
bajo el aguacero de aquella noche o del llanto,
con los pies embarrados o en este amor estancados.

Para oírte solo debo pisar la arena,
quedar mirando los buses y aviones que no tomo,
observar la gente a la salida de los aeropuertos

aunque a nadie conozca, fijarme en todo
lo que se dispersa y a juntarse vuelve
siempre reunido por azar, pero jamás unido.

Óyeme afuera cuando quieras
y cuando no lo quieras también
has de oírme como yo te oigo agitar las hojas

en todos los patios sin que a mi puerta llames.
Mas no volveremos a hablar.
Nada pueden decirse nuestras voces.

En una esquina del mundo que fuimos y somos y seremos
ya no se reconocen o se ignoran mientras esperan
distintas rutas hacia el final de la misma historia.

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