De nada sirve que yo intente
llenar el vacío de mis noches
con las historias y los nombres
de las constelaciones y planetas.
Me basta encontrar sin buscarla
la lejana luminaria en la ventana
para seguir creyendo que descubro,
en el fondo abisal de la esperanza,
puertas abiertas a la rumba o la orgía
donde los cuerpos y las miradas fulgen
como arañas de cristal, como destellos
sobre bruñida plata y enormes sortijas;
sonrisas cuyo filo de luna me separa
de la vergüenza, el miedo y la culpa;
ojos que en los míos ven la sombra
de una ilusión o un amado fantasma;
cabellos por los cuales descienden
ríos de penumbra, cascadas de reflejos;
hombros, brazos, manos, piernas, pies
incandescentes de su propia desnudez;
pieles radiantes de la misma fiebre
que en mí arde callada y sin brillo;
párpados, labios, senos, vientres estrellados
bajo las lámparas y entre mis besos meteóricos.
Cuando me aparto de la ventana
y a la quietud de mis noches vuelvo,
quedan remotas las luces de Los Ángeles,
como cirios en memoria de mis caprichos.
domingo, 23 de febrero de 2025
Oda a las luces de Los Ángeles
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