sábado, 22 de febrero de 2025

Oda a las ciudades marinas

No son espejo del océano
ni del ardiente o nublado cielo,
aunque levanten sus colinas
como las olas detenidas
en un grabado o un lienzo,
aunque sus casas floten, inmóviles,
sobre ondulantes barrios,
aunque el sol al mediodía
ruede por sus muros y jardines,
aunque la bruma se ancle
a sus árboles y techos
en las mañanas más frías.

Más bien son otro mar
donde las calles se hunden,
emergen y vuelven a hundirse
hasta que las playas y los muelles
impiden su marcha hacia los abismos del agua.
Más bien parecen una vastedad menos temible
entre las montañas y el horizonte sin cumbres.

Tienen el fulgor del cielo  
en los días soleados
y a veces amanecen cubiertas    
bajo la misma niebla que domina las alturas.
Sus palmeras recuerdan las estelas de los aviones
y en sus parques frondosas nubes
indican hacia dónde vuela el viento.

¡Cuánto me han enseñado   
sus puertos al anochecer!
Allá en el mundo sumergido
que los reflejos inventan
temblando sobre la marea,
yace un tesoro al alcance de la dicha,
un paraíso que sigue colmando  
mis ojos de gloria terrenal.

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