domingo, 23 de febrero de 2025

Oda a las luces de Los Ángeles

De nada sirve que yo intente
llenar el vacío de mis noches
con las historias y los nombres
de las constelaciones y planetas.

Me basta encontrar sin buscarla
la lejana luminaria en la ventana
para seguir creyendo que descubro,
en el fondo abisal de la esperanza,

puertas abiertas a la rumba o la orgía
donde los cuerpos y las miradas fulgen
como arañas de cristal, como destellos
sobre bruñida plata y enormes sortijas;

sonrisas cuyo filo de luna me separa  
de la vergüenza, el miedo y la culpa;
ojos que en los míos ven la sombra
de una ilusión o un amado fantasma;

cabellos por los cuales descienden
ríos de penumbra, cascadas de reflejos;
hombros, brazos, manos, piernas, pies
incandescentes de su propia desnudez;

pieles radiantes de la misma fiebre
que en mí arde callada y sin brillo;
párpados, labios, senos, vientres estrellados
bajo las lámparas y entre mis besos meteóricos.

Cuando me aparto de la ventana
y a la quietud de mis noches vuelvo,
quedan remotas las luces de Los Ángeles,
como cirios en memoria de mis caprichos.

sábado, 22 de febrero de 2025

Oda a las ciudades marinas

No son espejo del océano
ni del ardiente o nublado cielo,
aunque levanten sus colinas
como las olas detenidas
en un grabado o un lienzo,
aunque sus casas floten, inmóviles,
sobre ondulantes barrios,
aunque el sol al mediodía
ruede por sus muros y jardines,
aunque la bruma se ancle
a sus árboles y techos
en las mañanas más frías.

Más bien son otro mar
donde las calles se hunden,
emergen y vuelven a hundirse
hasta que las playas y los muelles
impiden su marcha hacia los abismos del agua.
Más bien parecen una vastedad menos temible
entre las montañas y el horizonte sin cumbres.

Tienen el fulgor del cielo  
en los días soleados
y a veces amanecen cubiertas    
bajo la misma niebla que domina las alturas.
Sus palmeras recuerdan las estelas de los aviones
y en sus parques frondosas nubes
indican hacia dónde vuela el viento.

¡Cuánto me han enseñado   
sus puertos al anochecer!
Allá en el mundo sumergido
que los reflejos inventan
temblando sobre la marea,
yace un tesoro al alcance de la dicha,
un paraíso que sigue colmando  
mis ojos de gloria terrenal.

Oda a la poesía

Eres el eterno presente,
deseo que concedes 
el olvido del fracaso
y sobre lo perdido tiendes
la fiebre de la espera. 

Eres el verbo que entre mis tinieblas
vuelves a crearme libre de remordimientos,
y por lo tanto destinado 
a buscar el placer y la dulzura
entre los errores de ayer y el dolor de ahora.

Eres el ritmo de metal y tierra 
que mi corazón, encandenado
al hastío por estas manos cobardes,
desata cuando escucha tu llamado
en un cielo sin pájaros 
y persigue la sombra de tu vuelo.

Eres el instante desprendido del tiempo,
la orilla extraviada del mundo
en que los muertos y los ausentes 
me reciben vivos aún, 
enamorados todavía,
vestidos como lo estaban 
en cierta foto metida quién sabe dónde
o rota hace ya muchos años. 

Eres el eterno presente:
no hay entre tú y yo distancia,
sino breve silencio, pausa. 
Callada o tempestuosa,
tú seguirás otorgándole a mi ensueño
todo lo que la vida habrá de negarme.