Aunque a veces te maldiga mi cansancio,
nunca me niegas el prodigio
de verte rehacer el mundo
con tus manos luminosas.
¿Qué importan el insomnio
y su legión de pesadillas y temores?
¿Qué importan el soñado triunfo
y el despertar sin gloria?
Para seguir viviendo hasta la muerte
debería bastarme la fortuna
de sentir en los párpados
el roce de tu esplendor,
la alegría de entreverte
rebosar las persianas,
incendiar las cortinas
y derramarte bajo la puerta,
el júbilo de oír apenas
tu oboe naranja, tu flauta dorada
conversar con los pájaros.
A tu rocío entrego
este insaciable corazón
y asumo por completo mi destino
de ser ascua de tu fuego,
polvo de tu astro
dulcemente volcado sobre la tierra.
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