martes, 29 de agosto de 2023

Ciudad Corazón

 I 

Estas últimas noches he vuelto a ser el niño que se duerme pensando en aquel almacén de lámparas del norte. Siempre lo vi de lejos, desde las ventanas de un taxi o de un bus. Debo al hecho de no haber entrado nunca el placer de pasarme la vida soñando en las notas de cristal de las arañas, en la luz amarillenta que envejece y embellece todas las cosas, en el interior eternamente anochecido y constelado de bombillas y reflejos. Poco antes de quedarme dormido, me veo a través de las vitrinas, sentado en una mesa de terciopelo verde o rojo casi negro, rodeado de incandescencias. Entre ellas, distingo varias caras ante las que el niño sonríe, aunque el adulto pretenda haberlas olvidado. El sueño me encuentra vestido de saco y corbata para esta reunión de mis ilusiones y fracasos. 

 II

En otro lugar del sueño o la nostalgia queda una plaza donde las banderas y los banderines suenan como el viento mismo, donde los días despejados azulean las estatuas, donde un pino de agua brota de una fuente y se deshace al instante entre carcajadas de espuma, donde los surtidores y los pájaros me preguntan por qué no te he llevado. De tanto guardarme la respuesta, quedo convertido en un monumento sin nombre y sin propósito. La verdad es que nunca te invité y ya no puedo invitarte. En aquella plaza, la tarde no acaba y nuestra historia tampoco empieza. 

III

También vuelvo muchas veces al teatro recién inaugurado. Camino entre los carteles, entre sus marcos dorados de bombillas, y me quedo admirando la imagen de Demi Moore sobre un fondo gris, sentada en el piso como una montaña trigueña surgida de repente entre el centro del mundo y el horizonte, las piernas resplandecientes dobladas para ocultar los senos y el pubis, formando así los signos de interrogación más hermosos que se hayan visto jamás, sus brazos y pies cuya perfección deleita y atormenta. Luego aparece el póster de Travolta entre nubes, con alas y aureola de arcángel. La película debe ser mala, pero el gesto beatífico del actor se confunde con mi alegría en medio de ese esplendor. Mi papá decía que las boletas eran muy costosas y le agradezco el haberme llevado solo dos o tres veces a ese teatro. La imaginación y el deseo siguen mostrándome aventuras y romances basados en el recuerdo de esos afiches. La función nunca termina. 

IV 

Un día, cuando ya sea muy viejo o cuando yo esté mucho más canoso, me sentaré en la fuente de soda de un barrio muy gris a esperar a que el fantasma de mi padre aparezca, más joven de lo que yo estaré en ese momento. Hablaremos durante las tardes de los años que me queden, y luego lo veré jugar fútbol, hecho niño otra vez, en una cancha pelada o una calle triste que no será triste del todo porque él está jugando en ella. 

 V

Recordaré siempre esa tarde de diciembre cuando llevé a Isaac al cine. Tras las ventanas del taxi contemplé largamente los cerros de esmeralda bajo el azul ardiente y unas cuantas nubes incendiadas. Me pregunté cómo pude irme de la ciudad y cómo podía seguir viviendo tan lejos de ella. «Qué hermoso está el día, ¿verdad, papá?», dijo Isaac, leyéndome la mente. El mundo me habló a través de su voz de pájaro y me hizo comprender que nunca me fui, que nunca me iré, que no puedo irme de verdad. Vivo buscándome en el corazón de la ciudad, y mi corazón no es más que el mapa de la ciudad dibujado por un niño. Doy todos mis pasos hacia adentro, hacia la ciudad que me habita, aunque yo crea haberla deshabitado.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario