Escúchate a ti mismo
y oirás a un extraño;
ni amigo, ni enemigo,
ni amante, ni hermano,
ante el espejo enamorado
del rostro que se admira
en el espejo de tus ojos,
y al mismo tiempo, deseando
haber nacido nunca o ser
otro, el prójimo, el ángel
que sobre el mundo se eleva
ebrio de la dicha que te falta.
Obsérvate a ti mismo
y seguirás a la bestia,
simio y reptil, insecto
y pájaro, dios diminuto
y cerdo endemoniado,
hastiado de las nubes,
nostálgico del fango,
gusano que quisiera
volar entre los astros
como dragón milenario,
arcángel que reniega
de su cruz emplumada.
Resígnate a ti mismo
y vivirás conversando
en tu interior vecindario
con la puta de la esquina
y la devota de enseguida,
con el doctor de la cuadra
y el vicioso del barrio,
en paz con todos, menos
con el loco que te mira
desde el fondo del cristal,
tal vez encantado, o quizás
tramando tu final sangriento.
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