domingo, 26 de junio de 2022

Marginal

Vivo a las afueras de la vida, moviéndome entre los demás con grisácea lentitud, como si mi alma descuerpada fuera uno de esos nubarrones de junio, y como si mi destino también fuera nada más que oscurecer y enfriar sin lluvia los últimos días de la primavera y los primeros del verano en una tierra castigada por una sequía interminable. A diferencia de los otros, no me llenan la ira ni la soberbia. Siento rabia de ser lo que soy y debo resignarme a llevar la soledad con orgullo, pero ambos sentimientos son pasajeros. Tampoco me definen el temor, la desesperanza ni el aburrimiento, aunque sospecho muy frecuentemente que me persiguen los errores, que el fin del mundo puede ocurrir durante cada puesta de sol y que no hay isla donde el mar, un riachuelo o una fruta le den otro sabor a la amargura empozada en la boca de mi espíritu. Todo entra y todo sale por mis bordes. Silueta, sombra, vaguísima mancha parecida a una virgen o al demonio, vapor en la ventana, huella en el espejo: ¿Qué o quién soy? No lo sé. Tal vez yo sea nada más que la fortuna de no ser otro y la desdicha de ser el mismo.

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