A veces,
cuando me faltan unos pasos para volver a mi cuarto al final de la jornada,
me asalta la fe en la aparición
de un cuerpo desnudo o su silueta
al otro lado de las ventanas que apenas ojeo tímidamente.
Imagino el rostro y la pieza iluminadas
por la cascada nocturna o la llama ensortijada de una cabellera,
el perfil, los hombros y los senos imponiendo su contorno de montañas
sobre las otras cosas apenas visibles en la penumbra a medias,
el atardecer vivo aún en una mirada que me saluda sin preguntarme quién soy,
y la sonrisa al principio menguante, pero llena de repente ante mis ojos encantados.
Cuando más creo que ese destello de piel salvará el día de la amargura y el olvido,
veo apagarse una luz, caer una cortina, bajar una persiana,
y sigo caminando entre puertas cerradas.
cuando me faltan unos pasos para volver a mi cuarto al final de la jornada,
me asalta la fe en la aparición
de un cuerpo desnudo o su silueta
al otro lado de las ventanas que apenas ojeo tímidamente.
Imagino el rostro y la pieza iluminadas
por la cascada nocturna o la llama ensortijada de una cabellera,
el perfil, los hombros y los senos imponiendo su contorno de montañas
sobre las otras cosas apenas visibles en la penumbra a medias,
el atardecer vivo aún en una mirada que me saluda sin preguntarme quién soy,
y la sonrisa al principio menguante, pero llena de repente ante mis ojos encantados.
Cuando más creo que ese destello de piel salvará el día de la amargura y el olvido,
veo apagarse una luz, caer una cortina, bajar una persiana,
y sigo caminando entre puertas cerradas.
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