jueves, 28 de noviembre de 2024

Oda a la niebla

Bendita sea la mañana
si despierto arropado por tu sueño, 
oh abuela, madre, amiga y novia,
que me libras de la tristeza
y a ella también la liberas 
de nuestra jaula de ilusiones.
Cuando veo tu manto de agua y ceniza
sobre los árboles y los semáforos, 
vuelan hacia ti mis pesares
y borran con sus alas todos los límites,
toda lejanía. No queda, entonces, 
más futuro que tu presencia, 
más tiempo que tu lentitud, 
más esperanza que tu frío amoroso.
Eres la mejor consejera y confidente,
pues al mundo tornas en mi espejo
y al cielo, en el cofre insondable 
donde guardas el secreto de mi dolor.

miércoles, 27 de noviembre de 2024

Prisioneros

¿Qué fuimos el uno para el otro?
Si hubiéramos sido al menos
dos cuerpos mutuamente
palpados a oscuras,
nos hubiéramos reconocido.
No. Te diré lo que fuimos:
dos bultos de sombra 
tirados uno sobre el otro,
dos cavernas de la misma montaña,
dos celdas contiguas y muy calladas. 
En la tiniebla, en la roca
o en el muro creímos tocar 
lo que hemos esperado toda la vida
y nunca nos llegará, recordada extraña,
porque estamos condenados a siempre
querer sentir entre los dedos una luz,
una piel que nos convierta 
en claridad sin fin y sin dolor, 
en alma de otro cuerpo.
Pronto sabrás, si no lo sabes ya, 
que solo se anhela de verdad
aquello que jamás existirá. 

domingo, 10 de noviembre de 2024

Ansiedad en otoño

Son breves los días
y largas las pesadillas
que traen los arreboles.
El atardecer me duele en la cabeza.
Su oscuro pastel trepana mi cráneo
y en él implanta un miedo hecho mundo,
un temor del tamaño de la noche inminente,
una angustia que por mí respira
robándome el aire y exhalando
un frío sin razón ni esperanza.

Anochece en el camino y en mi vida.
Cada giro de las llantas,
cada ruido del motor suelta una pregunta:
¿llegaré a casa o llegará primero la asfixia?
¿De qué puerta saldrán, de qué poste manarán
la taquicardia, el infarto, la agonía, la muerte?

Una luz me traspasa el pecho
y latido a latido mi corazón abre las heridas.
Atado a esta mente desbocada,
pisoteado por una estampida de pensamientos,
entro al apartamento, preparo una cena
que puede ser la última para mi cordura
o aquella donde la calma resucite milagrosamente
desde el fondo del terror
como si hubiera escuchado mis oraciones sin fe.

En cuanto prendo la ducha
llueven sobre mí los cataclismos.
Me cepillo los dientes ante un espejo
roto en incontables horrores.
Apago las lámparas.
Entrego mi cansancio a las tinieblas.

El insomnio ya me espera en la cama.