Muchas veces he oído a los más rencorosos predicar la tolerancia e incluso el amor hacia sus amigos —tan insufribles como ellos—, a los hipocondriacos reprocharme mi falta de estoicismo ante un malestar frecuente, a los tacaños animarme a gastar mis ahorros con magnánima indolencia, a los dolorosamente tímidos invitarme a ser intrépido hasta el descaro en algún cortejo sin esperanza, a los chismosos recomendarme la purificación de los pensamientos a través de la oración. Cuando los oigo, siento que me está hablando otra persona muy distinta a la que tengo enfrente. Pero todos somos lo que no queremos ser, incluidos los más optimistas. Nada revela este absurdo de la condición humana como el acto de aconsejar. Quienes nos dan consejos son los sabios, héroes y santos a los que las almas confundidas, asustadas e irremediablemente pecadoras de nuestros consejeros anhelan convertirse. Yo también he interpretado mi papel en esa comedia de las aspiraciones. ¡Cuántos no han escuchado las palabras de ese hombre lucido e impávido que quisiera ser y que solo soy cuando me da por ofrecer consejos a quienes no me los han pedido!
lunes, 21 de febrero de 2022
Consejos
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