sábado, 15 de enero de 2022

Alba con adiós

La noche volvió a ser púrpura, como ocurre al final del atardecer, 
y la ciudad emergió de la madrugada con toda su miseria y confusión. 
No estoy hablando mal de la ciudad. Soy un hijo de esta madre leprosa, 
mellizo de sus estaciones de bus destruidas y abandonadas a su suerte, 
hermano de sus muros de ladrillo carcomido y cubierto de musgo, 
primo de sus barrios de calles tan estrechas que ni las sombras pueden andar por ellos, 
amigo de las cañerías adornadas por garzas de un vuelo tan lento como desolador. 
Las estatuas siguen diciéndome nada al cabo de tantos años. 
Se parecen a esos vecinos que envejecen sin dirigirnos la palabra. 
Sin embargo, sigo creyendo que la belleza todavía me espera al pie de un árbol centenario 
o entre la maleza de una cancha de fútbol casi pelada por completo
para revelarme su secreto. Sigo creyendo que a orillas de un río, 
a pesar de la basura varada en el barro, veré reflejada esa armonía 
entrevista antes de escribir algún poema, o la promesa de una dicha futura. 
Pensando en estas cosas, vi de repente los primeros destellos del amanecer
sobre los cañaverales, la transición entre el púrpura y el rosa y el naranja 
en las cimas de la cordillera, y ya no supe si quería irme o permanecer allí para siempre,  
si añoraba la ciudad o si estaba huyendo nuevamente de ella, 
si quería besar su caído párpado de asfalto, 
las cicatrices, granos y arrugas de su cara de cal. 
Pero así es este animal llamado «corazón»,
este gato que sigue vagando por sus calles aunque pasen los años, 
este perro tan triste y confundido como ella, 
pues no sabe por qué termina extrañando los lugares de los que un día escapó. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario