viernes, 25 de febrero de 2022
Ciudad de mi sangre
lunes, 21 de febrero de 2022
Siempre la esperanza
Creo que la esperanza es una condición vital del ser humano. Aun el más obstinado de los pesimistas, y aquel que se ufane de un escepticismo incorruptible, notarán que algunos recuerdos vuelven de la amargura, la resignación o el olvido con una dulzura no tan intensa como la de los entusiasmos del presente, pero sí fácilmente perceptible. Sin duda, no soy el único que en algunos momentos de profunda soledad se descubre a sí mismo revisitando alguna desilusión, algún fracaso sentimental, borrando el final verdadero y reescribiendo en la imaginación la continuación de la historia más allá del desencanto o del desamor. La esperanza ignora el fracaso y la muerte, por muy reales que sean. Es invulnerable al dolor. Rebosa en un instante los muros del rencor y la dignidad propia. Por arte de la esperanza, una presencia que fue destructiva vuelve a ser en la nostalgia esa bruma en la que sospechamos un fantasma de candor y ternura. Olvidamos por unos minutos las afrentas, las decepciones y el dolor, y seguimos esperando que aquella persona tan distinta a nosotros, tan perdida en su infierno o tan temerosa del nuestro, se convierta en el ideal cuya materia nos acompaña en las noches más largas y nos calienta en las más frías. Todo es eterno en la esperanza, ese reino del siempre. Cuando la realidad ha dicho «nunca», la esperanza se levanta como una ola terrible que viaja a lo ancho y a lo largo de un mundo sin orillas.
Gracias a la esperanza seguimos esperando esa llamada o ese mensaje que nada cambiaría del pasado, que solo nos enseñaría un remolino de dicha en un mar de tristeza, y se desharía en cuanto el presente lo aplaste con una de sus tormentas. Quizás la esperanza también sea la directora de esos sueños en los que encontramos a nuestros difuntos en la sala de una casa abandonada hace muchos años, sonriendo, riendo y hablando de todo, menos de enfermedades. Los viejos no son los únicos que hacen recuerdos de ilusiones e ilusiones de recuerdos. La esperanza nos arrastra a todos hacia ese lugar donde lo terminado jamás acabará y donde lo muerto renace bajo los escombros de su plenitud.
Consejos
Muchas veces he oído a los más rencorosos predicar la tolerancia e incluso el amor hacia sus amigos —tan insufribles como ellos—, a los hipocondriacos reprocharme mi falta de estoicismo ante un malestar frecuente, a los tacaños animarme a gastar mis ahorros con magnánima indolencia, a los dolorosamente tímidos invitarme a ser intrépido hasta el descaro en algún cortejo sin esperanza, a los chismosos recomendarme la purificación de los pensamientos a través de la oración. Cuando los oigo, siento que me está hablando otra persona muy distinta a la que tengo enfrente. Pero todos somos lo que no queremos ser, incluidos los más optimistas. Nada revela este absurdo de la condición humana como el acto de aconsejar. Quienes nos dan consejos son los sabios, héroes y santos a los que las almas confundidas, asustadas e irremediablemente pecadoras de nuestros consejeros anhelan convertirse. Yo también he interpretado mi papel en esa comedia de las aspiraciones. ¡Cuántos no han escuchado las palabras de ese hombre lucido e impávido que quisiera ser y que solo soy cuando me da por ofrecer consejos a quienes no me los han pedido!