Sobre la alfombra caminando vuelas,
cuerpo fugaz entre los escritorios
y desde ahora fijo en la memoria.
La vida nace y la jornada empieza
cuando la luz te abre la puerta
y tu callado paso acalla los teclados.
El minuto se alarga indefinidamente
tras tu pelo que cruza la oficina
como una noche súbita y eterna.
Tu perfume atraviesa corredores
dividiendo el mundo entre su estela
y el olor de los archivos muertos.
Tu voz ordena mis tareas,
revuelve el trabajo con el sueño
y suspende mis deberes en tu aliento.
Tu arrullo me despide y abandona
en un nido de cartón y de tachuelas
donde espero lo que llueve de tus manos.
Por la fiel quincena y la jubilación certera
no estoy aquí, sino por todos los milagros
que tu paso invoca y tu presencia obra.
Te siguen las montañas y las aguas,
tus piernas trepan, a tu cintura llegan,
el sol se pone de repente en tus caderas,
y nada más que tu silueta existe.
Tuya es la forma del cántaro y el río,
del arqueado horizonte y la marea.
Quisiera renunciar, pero no puedo,
al ansía de libar tu colorete oscuro
y a tus pies unirme con mis labios.
¡Que me trague la tierra, si se mueve
como te mueves tú cuando caminas!
Polvo seré, mas polvo que descalza pises.
El salario y la pensión daría, si pudiera
ser la misma ruina donde siempre caen
tu cuerpo fugaz y tu beso de cometa.