Después de un breve sueño
abro los ojos al insomnio
y a mi lado te encuentro arropada
solamente con la noche de tu pelo.
Hambrientas de tu forma,
mis manos convierten en arcilla
la penumbra donde fingen sentirte
y en ella acarician todo lo que no sé de ti.
Sedientos de tu rostro
y tus manos, mis labios
te atribuyen los sabores
del frío, la sangre y la amargura.
Sin embargo, adoro la vigilia
y la soledad y las tinieblas
porque en ellas creces
y te apoderas de mi mundo.
Aunque nada pueda ver,
te veo siempre a contraluz:
más allá de tu adorada silueta
arde un sol interior o un incendio.